viernes, 1 de junio de 2007

El Colegio Padre Manjón

Hace algo más de un mes recibí una llamada del antiguo y buen amigo José Antonio Barber, anunciándome que el jueves, 24 de Mayo último, se llevaría a cabo una gira (hoy excursión) al centro de la isla, emplazamiento que también estaba haciendo a otras personas que, como yo, fueron alumnos del Colegio Padre Manjón, situado, como muchas generaciones saben, en la calle Travieso de esta ciudad.
Sentí una inmensa alegría al conocer tal iniciativa, lo que, simultáneamente, agolpó en mi mente una serie interminable de fotografías preñadas de hermosos recuerdos, que ubico en un verano de finales de los años cuarenta del pasado siglo. ¡Cómo corre el tiempo, carajo!. Valga la expresión.
Al margen de aplicarnos más o menos en los estudios, como alumnos que éramos, muchas mataperrerías le hicimos al querido y siempre bien recordado D. José Medina, propietario del inmueble─como siempre nos decía─y director del colegio.
Era un hombre inteligente, hasta el punto de aparentar no enterarse de tales mataperrerías. Para contrarrestarlas, su discurso iba siempre  en la línea de imbuir en nuestras cabezas locas la bondad y conveniencia de insistir mucho en el estudio de las diversas materias que allí se impartían, utilizando para ello continuamente el verbo “machacar”.
El día fijado para la excursión (antes gira), nos concentramos junto al Club Natación Metropole, donde una guagua esperaba. La organización pasó lista nombrando a los avisados y, al final, éramos cifra cercana a cuarenta personas, que constituían alrededor de dos tercios de la lista, éxito según la organización.Las damas, que dieron luz a aquella mañana, superaban el 23% de los reunidos. No sé porque me meto en camisas de once varas al trazar tanto cálculo porcentual. Lo que sí estoy obligado a decir, sin embargo, es que allí había personas de varias generaciones.
La guagua inicia su camino, toma la carretera del centro de la isla, el gallinero de a bordo muy entusiasmado y hablador, hasta que se produce la primera parada, a media mañana, en el pueblo de San Mateo.Las cámaras fotográficas hacen su trabajo para la posteridad, se estiran las piernas─ágiles, por cierto─, se toma el agua agria y el buchito de café y, finalmente, a bordo de nuevo.
La guagua inicia su segunda etapa que, alrededor del mediodía, pide práctico y atraca en un lugar donde se encuentra el Bar Perera, famoso, según los entendidos, por sus quesos y carne de cochino. El personal toma por asalto la totalidad de la barra, previo paso apresurado por los correspondientes excusaos,  corre el líquido y sus enyesques de banda a banda por toda la barra, y Perera apunta que te apunta.
Se inicia de nuevo el camino, esta vez en dirección a Valleseco, lugar elegido por la organización para el almuerzo, después de atravesar el barrio de Lanzarote. Como curiosidad histórica, quisiera decir que la población de tal barrio quedó reducida a mujeres, niños y ancianos en los años cincuenta. Los hombres emigraron en su totalidad a Venezuela.
Finalmente, nos aposentamos en la mesa en el Restaurante Valleseco. Las viandas estuvieron acertadas y de calidad, siendo bien rociadas al gusto y capricho de cada uno, donde, a su vez, se habló de todo por parte de todos.
Llegando la hora del café, José Antonio dirigió unas palabras a los comensales, proponiendo dar carácter de institución a la Congregación del Padre Manjón, con una comida anual, al menos, propuesta que fue aclamada por los asistentes. Luego dio la palabra a Domingo Navarro y al que suscribe, cerrando las intervenciones Elisa Medina, hija del recordado D. José Medina. Todos dedicamos unas merecidas palabras de agradecimiento póstumo al homenajeado, desgranadas con gran emoción, así como salpicadas con algunas anécdotas, que fueron prolongadamente aplaudidas. Para cerrar ese acto, se entregó un regalo-recuerdo a cada uno de los asistentes.
Ya de regreso a Las Palmas, se hizo la inevitable paradita en Teror, donde unos fueron a visitar a Dª Pino, otros a comprar choricitos de Los Nueces, otros a repetir el café y otros a mojarse la garganta, sobrentendiéndose qué líquido las mojaban. Para terminar, y como es natural, en el trayecto de Teror a Las Palmas las lengüitas se tomaron su descanso, que bien merecido lo tenían.
                                         Oscar Gutiérrez Ojeda, Junio 2007