sábado, 22 de diciembre de 2007

De mi libro «La Jarca» (segmento del capítulo “Hablando inglés”)



─Y a usté, Lucas, ¿cómo le fue lo del idioma? Es que, como usté sabe, yo trabajo en los barcos y champurreo un poquillo el inglés─dijo Pepito el Portuario.

─Primero y principal, D. Manuel Lorenzo Reina, el de la academia, me enseñó a pronunciar correctamente lo que pude aprender en tan poco tiempo. Pero aquellos ingleses no me entendían ni papa. Por ejemplo, íbamos a ir en el metro a un sitio que se escribe Tottenham Court Road y se pronuncia “Totenjam Coart Roud”, resulta que el jodío que despachaba los tiques no me entendía y se lo tenía que escribir. Lo mismo ocurría si queríamos ir, por ejemplo, a Oxford Circus, que se pronuncia “Oxfor Cercas”. Y menos mal que un día me encontré en el metro a un muchacho de Telde que yo conozco, que se llama Antonio Enrique, y que está allí en Londres trabajando pa los Boní. Le conté los problemas que yo tenía con la pronunciación y me dijo que los ingleses hablan cada vez peor y no les da la gana de oír hablar correctamente. No te escuchan y se quedan tan frescos. ¿Y saben ustedes lo que me dijo? Que cuando fuera a comprar los tiques en las estaciones de metro pa ir a los sitios que antes les conté, en vez de decir “Totenjam Coart Roud” dijera “tómatela con ron”, y en vez de decir “Oxfor Cercas”, le soltara “gofio seco”. ¡Chacho, chacho, chacho, no fallaba nunca!

De mi libro «La Jarca» (segmento del capítulo "El velorio")



En el centro de la habitación estaban el cajón, los candeleros y Gregorito. Cubriendo las cuatro paredes había un viaje de mujeres sentadas en sillas de la casa y de las casas de los vecinos, rosario en mano, reza que te reza, suspiros por aquí, jipíos por allí, y Sulpicio, la viuda, metida en un baño de lágrimas y casi bebiéndose los mocos, que no paraba. Así que Lucas se va derechito a ella, que estaba sentada en una silla al pié de la cabecera del cajón.

De mi libro «La Jarca» (capítulo 10)

Canturriando



Iba Chanito Bocaplato un sábado por la tarde, casi oscureciendo, con una chispa encima que ni pa Dios, dando bandazos de un lado a otro de la calle, allí por el Callejón de Los Majoreros p’abajo, cuando va y se topa de frente con Lucas, que venía del trabajo, quien, al verlo así, va y le dice:

— ¿Está pidiendo práctico, Chanito? Porque a este paso no atraca en su casa ni a la de tres.

Y Chanito, agarrando tino y con una mirada tristona de perro viejo que daba hasta pena, le suelta:

—Mire, Lucas, déjese de coñas que yo no soy ni el Viera y Clavijo ni el Qüin Mery. Si me alcanza a mi casa se lo agradezco.

—Aquí tiene un amigo, ¿oyó? Pero pa mí que cuando llegue a su casa va a alcanzar pa tabaco. ¡Como si yo no conociera a su mujer!

Lucas agarra y calza por el hombre, que se le quedó colgado al totizo y, con la misma, en medio de la chispa, Chanito que levanta el gallo y pega a cantar habaneras, al tiempo que caminaban.

Al ratito atina a pasar por allí D. José el Pinisular, y cuando ve aquel espectáculo va y suelta por aquella boca, queriendo armar la coña:

—Lucas, ¿Chanito va en do bemol?

—No, coño, va en mí sostenido, ¿no lo ve?

viernes, 21 de diciembre de 2007

REQUIEM

Lo que ahora quiero decir a todos mis amigos y a mis queridísimas amigas hubiese deseado hacerlo en verso, pero mi numen está algo bloqueado, y prueba de ello es que, a sabiendas de que me sería difícil improvisar con el verbo, lo he hecho escribiendo, aunque en prosa.


Mis palabras son consecuencia de un triste recuerdo. Las desgrano in memoriam de quien nos ha dejado no ha mucho tiempo y, por tanto, no está físicamente entre nosotros en esta bella noche. Pero su silla sí está. Hela ahí. Y si está su silla, es la prueba clara de que su espíritu también nos acompaña, como él hubiese deseado, en esta noche navideña.

No puedo olvidar, y ustedes tampoco, que cuando él llegaba al campo de vuelo nos sentíamos muy felices con su presencia. Era poco hablador, pero sus expresiones las captábamos siempre a través de su mirada limpia y sincera, que irradiaba felicidad, de la que, en verdad, nos contagiaba.

No practicaba el vuelo, pero no estaba quieto ni un instante. Disfrutaba mucho acercándose a los aviones. Casi todos nosotros hemos padecido de un corte en nuestras carnes, a consecuencia de las hélices, y hasta él también sufrió, al menos que yo recuerde, una buena herida, consecuencia de lo mismo.

Como sabemos, era alguien que habitualmente no fumaba ni tomaba alcohol. Siempre agua. Lo que sí le encantaba era comer, participando de nuestros asaderos con buen apetito.

Pero en todas partes guisan o cuecen habas. Con ello quiero decir que en todas partes hay gente que disfruta algunas veces haciendo mataperrerías. Pues bien, un tiempo antes de su óbito, Germán, Norberto y yo decidimos que nuestro amigo tomara alcohol y observar su comportamiento después de la bebida. Fue con motivo de un asadero que hicimos en el campo de vuelo, donde había sardinas, chuletas, chorizos, etc. Elegimos para él unas sardinas con bastante sal. Lo mismo hicimos con la carne. Pero ambas cosas las mojamos, como Dios manda, en ron. Su paladar no captó bien el alcohol, debido a la tanta sal. A los pocos minutos le tambaleaban las piernas al moverse. Finalmente, terminó tumbado por la media borrachera que alcanzó, sin enterarse de que había tomado alcohol.

Esta mataperrería se la contamos sólo a muy pocos amigos de los que allí estaban. Entre otros, a Domingo Navarro, quien, al retirarse para su casa, miró al tumbado y le dijo

— ¡Échate la arrancadilla!

Después de contar esta anécdota, que permaneció siempre en el silencio, quiero pedir disculpas a la familia, en mi nombre y en el de Germán y Norberto.

Hoy nos llegan, como ya dije antes, rasgos de tristeza por la pérdida de nuestro amigo. Pero también una gran alegría porque estamos seguros de que él se hallará sentado a la derecha del Señor, allá en las alturas, sobre todo porque, además de ser un honesto poblador de este planeta, murió virgen.

Levantemos la copa y cantemos todos un hermoso y cálido réquiem in memoriam de nuestro querido, fraterno y entrañable amigo, que dice así:

¡Tao, Tao, Tao!

¡Tao, Taito, Tao, eh!

¡Eh, eh, eh!

¡Tao, Taito, Tao, eh!



Oscar Gutiérrez Ojeda, 15 DIC 07



NOTA POST SCRIPT.- Para quien no lo sepa, este discursito lo leyó el autor durante la cena navideña del Club de Aeromodelismo R/C Gran Canaria. Y para quien tampoco lo sepa, Tao era el perro del avionero Manolo Bermejo. Según oíamos a su dueño, el pobre Tao no tuvo nunca ocasión de subirse encima de una perrita. Al terminar la lectura, Pinito, la mujer de Manolo, lloró como una tora, recordando a su Taito. Otra cosa: Mientras se leía este “epitafio”, las mujeres de los avioneros les preguntaban a éstos que quién se había muerto. Los avioneros no sabían qué contestar. Luego, cuando se oyó el canto del réquiem, el personal estuvo riéndose sin parar lo mucho y lo bueno.

jueves, 27 de septiembre de 2007

Pregón de las Fiestas de la Virgen del Rosario 2007

Sr. cura párroco, autoridades, convecinos, amigas y amigos: Buenas noches.


Sean mis primeras palabras para expresar un doble agradecimiento. Primero, a la Junta Directiva de la Asociación de Vecinos Vegueta-Santo Domingo, organizadora de las Fiestas de la Virgen del Rosario, por el ingente trabajo que viene realizando con tal motivo, así como por haberme propuesto el alto honor de pregonar las fiestas de este año 2007. Y segundo, quiero también dar las gracias a todos ustedes, que con tanta voluntad se han acercado esta noche a esta antigua joya arquitectónica que es la Iglesia de Santo Domingo, a escuchar a este pregonero.

Para quien no lo sepa, yo nací en una casita que está en la calle de Los Reyes, casi frente a la antigua Caja Recluta. Con muy pocos años de edad, mis padres se trasladaron al Callejón de Los Majoreros (hoy Dr. Hernán Pérez), esquina con la calle Dr. Nuez Aguilar. Allí crecí, allí me casé y allí nacieron mis seis hijos, todos bautizados en esta parroquia. Más tarde me mudé a otro lugar, pero continué siendo vecino de Vegueta, pues mi despacho profesional está en este barrio, en la calle Fray Lesco. Como verán, soy veguetero de la cabeza a los pies, de lo que presumo y llevo con gran orgullo.

Ahora quisiera hablar algo, no mucho, de los orígenes de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, que, en definitiva, es hablar de Vegueta.

Según nos cuenta la historia, el 24 de Junio de 1478, día de San Juan, desembarcó en La Isleta una expedición mandada por el capitán Juan Rejón y el deán Bermúdez, enviada por los Reyes Católicos. Ese mismo día, y en la margen derecha de la desembocadura del barranco Guiniguada, Rejón funda el Real de Las Palmas, denominación debida a que en aquel paraje existía un pequeño palmeral. El campamento militar, una vez desecha la débil resistencia aborigen existente en aquella zona, se instala en una colina cercana al Guiniguada, en las inmediaciones de la actual ermita de San Antonio Abad.

Posteriormente, los reyes destituyen a Rejón y designan nuevo gobernador al general Pedro de Vera, quien continúa la conquista de la isla. La captura y conversión de Tenesor Semidán y el suicidio de Bentejuí, despeñándose, ponen fin a la conquista de la isla el 29 de Abril de 1483, día de San Pedro Mártir, fecha en la que queda incorporada a la Corona de Castilla.

Aquel núcleo originario se desplazó con posterioridad a la zona de la actual Plaza de Santa Ana y adyacentes, donde se van levantando edificios civiles y religiosos. Así nace, propiamente, el barrio de Vegueta, en el que se va instalando el poder representativo de la Corona, de ámbito político-administrativo, judicial y religioso, además de la capitanía general, con jurisdicción extensiva a todo el archipiélago, durante más de tres siglos. Así, tenemos la Iglesia Catedral, las Casas Consistoriales, el Obispado, la Casa Regental, la Real Audiencia de Canarias y el Tribunal de la Santa Inquisición, abolido definitivamente por Real Decreto de la regente María Cristina de Borbón, madre de Isabel II. Igualmente, comienzan a levantarse algunas edificaciones civiles, consecuencia del paulatino crecimiento poblacional, así como el primitivo hospital de San Martín. La ciudad tenía tres fronteras naturales: al norte, el barranco Guiniguada; al naciente, el mar; y al poniente, las montañas o riscos de San Roque, San Juan y San José. La frontera sur lo fue una muralla que avanzaba desde el risco al mar, a la altura del Callejón de Los Majoreros, como así llamamos los de mi generación a la calle Dr. Hernán Pérez.

No debemos omitir que en Agosto de 1492, en una operación financiada por los Reyes Católicos, arriban tres carabelas, la Pinta, la Niña y la Santa Maria, para su avituallamiento y reparaciones, mandadas por el navegante genovés Cristóbal Colón, que pretendía llegar a las indias orientales navegando hacia occidente, pues ya se había demostrado que el mundo no era plano sino redondo. ¡Menudo chasco se llevó D. Cristóbal cuando divisó tierra y se topó con unos caballeros que en nada se parecían a los de las indias orientales!

Corre el tiempo. La caña de azúcar es, básicamente, el inicio de una actividad mercantil pujante, que se asienta en la isla creando riqueza, lo que hace que algunos corsarios intenten arribar a la ciudad atraídos por la importancia de tal actividad, pero son rechazados.

A finales del siglo XVI, en Octubre de 1595, una flota inglesa capitaneada por Francis Drake y John Hawkins hace el mismo intento, pero las fuerzas de la isla consiguen que se retiren.

Pero el 28 de Junio de 1599 la Gran Armada holandesa, dirigida por el almirante Pieter Van der Doez, lanza un gran ataque y consigue tomar la ciudad. Tal invasión sólo duró unos días, pues fue defendida con tanto arrojo y valentía, que el 4 de Julio los holandeses hubieron de desistir de su empeño y abandonar la isla, no sin antes incendiar conventos, edificaciones oficiales y casas civiles. Entre otros, fue objeto de incendio y destrucción el convento dominico de San Pedro Mártir, levantado aquí a comienzos del siglo XVI, así como la primera iglesia de Santo Domingo, erigida a su lado. La actual iglesia fue reconstruida en el mismo lugar a comienzos del siglo XVII. Lo que fue el convento se reconstruye y se le da uso de leprosería y manicomio, y con posterioridad se convierte en el Colegio de San Antonio, como asilo para niños desamparados. La fuente de la Plaza de Santo Domingo data del siglo XVIII.

No quisiera terminar esta primera parte del pregón sin hablar del binomio Santo Domingo-Virgen del Rosario. Tiene su origen, según la tradición, en que a comienzos del siglo XIII la Madre de Dios “en persona” se le apareció a fray Domingo con un rosario en sus manos y le enseñó a recitarlo. Le dijo, además, que propagara el rezo del rosario por todos los caminos, indicándole que era una poderosa arma para defenderse o ganar batallas al enemigo de la Fé.

¿Y por qué esta festividad se celebra el 7 de Octubre? Remontándonos a finales del siglo XVI, los musulmanes dominaban el Mediterráneo y pretendían invadir naciones europeas y acabar con el cristianismo allí implantado. El Papa Pío V patrocina una flota en la que participan España y la república de Venecia, incorporándose también soldados papales, la que, siendo inferior a la musulmana en número de naves y hombres, consiguió destrozarla y diezmarla el 7 de Octubre de 1571, en la célebre batalla de Lepanto, y no porque D. Juan de Austria demostrara ser un gran estratega naval, sino merced a que la flota cristiana, según nos cuenta la historia, había rezado el rosario antes de iniciarse dicha batalla. Es el Papa Pío V, pues, quien instituye esa fecha como fiesta de la Virgen de las Victorias y, posteriormente, su sucesor, Gregorio XIII—autor del calendario gregoriano—, pasa a denominarla Virgen del Rosario.

Después de narrar estos hechos históricos, desgraciadamente preñados de situaciones bélicas, aunque vistos como gloriosos en su época, quisiera hacer un canto a la solidaridad y la paz entre los pueblos. Observando la situación actual de este planeta, parece que estamos en el camino de repetir tales acciones y, más que por motivaciones religiosas, lo es por razones económicas, aunque se intente vestirlo con otra etiqueta. Cuando éramos niños, los profesores nos hablaban de la ferocidad con que los bárbaros del norte invadían y destruían otros pueblos o países y, al oírlo, se nos ponían los pelos de punta, a pesar de la lejanía de tales hechos en el espacio y en el tiempo. Hoy se invaden y se dominan países y parece no preocuparnos mucho mientras no se toquen nuestras casas.

Y ya, más cercanamente, este canto a la solidaridad, armonía, hermandad y paz lo hago concretado a nuestro pueblo, al pueblo canario, porque, a través de editoriales domingueras de un contenido patético y ultrainsularista de un periódico de estas islas, aparentemente auspiciado con el silencio del Gobierno de todos los canarios, se persigue exactamente lo contrario, desde hace años.

Después de estas reflexiones, que no he podido evitar, y que suenan a aires de nuestra malagueña, les invito, con aires de folías, a dar un paseo por nuestro hermoso y entrañable barrio de Vegueta, el mismo paseo que suelo hacer con amigos foráneos cuando visitan la isla.

Me sitúo en el Mercado de Vegueta, al pié del barranco Guiniguada. Avanzo por la calle Mendizábal, subo la calle Montesdeoca y, durante unos minutos, me siento en un banco de la Plazoleta de San Antonio Abad. A continuación, tomo la calle Colón (antiguamente calle de Los Portugueses) y bordeo la Casa de Colón, que me lleva a la Plaza del Pilar Nuevo. Bajo por la calle de Los Balcones y entro en la calle Agustín Millares (antiguamente calle de La Gloria), desembocando en San Agustín. Subo la calle Dr. Chil, cruzo la calle de Los Reyes y alcanzo, al final, la Fuente del Espíritu Santo. Desde allí, bajo a la Plaza de Santa Ana, donde vuelvo a sentarme algunos minutos, en contemplación. Luego, avanzo por la calle del Reloj (antiguamente calle de Las Vendederas), subo nuevamente por Dr. Chil y, girando a la izquierda, atravieso las calles Dr. Verneau, San Marcos y García Tello, hasta que, finalmente, llego aquí, a esta recoleta y armoniosa Plaza de Santo Domingo, tantas veces cantada en prosa y en verso por ilustres plumas canarias.

Pasear por estas calles, a pleno día, da ocasión de contemplar hermosos zaguanes y alegres patios y corredores llenos de luz, plagados de flores. Pero realizar el mismo camino ya avanzada la noche, envuelta casi en el silencio, sólo con el rumor de una leve brisa, da al espíritu del paseante un gran sosiego. Pero, además, la visión de los diferentes estilos arquitectónicos que allí coexisten, así como el trazado de las calles, con sus rincones, le aviva la imaginación y le hace evocar otro tiempo, llevándole a su mente historia de siglos, hasta casi sentirse verdadero protagonista de esa historia. Tal es la identidad del barrio de Vegueta, cuna de la ciudad, inconfundible y único.

En este lento recorrido, y a pesar de los distintos estilos que se entremezclan, hay algo que se repite: la belleza de las balconadas de madera y la piedra denominada cantería azul, de Arucas, labrada a mano con picareta.

Y así, entre otras edificaciones, se podrá conocer y deleitarse con el Mercado de Vegueta, el lugar donde oró Colón, el museo Casa de Colón, el antiguo colegio de Las Teresianas—donde existió el primer hospital de San Martín—, el antiguo Banco de España, el Palacio de Justicia, la casona del Condado de la Vega Grande, el antiguo Seminario, la casa del Marquesado de Arucas, la iglesia del Espíritu Santo, así como su fuente—donde no se moja el agua—, las Casas Consistoriales, la antigua cárcel, la Casa del Regente, el Palacio del Obispado, la Catedral , el Museo Canario, el caserón del antiguo colegio de Doña Salomé y la Plaza de Santo Domingo, en la que destaca esta bellísima iglesia, con su altar situado al naciente, como siempre fue tradicional, y su coro al poniente. No voy a describir el contenido de este templo, porque ustedes ya lo están viendo. Pero recuerdo, cuando era niño, que me sentía pequeñito como una hormiga cuando alzaba la vista y miraba las bóvedas estrelladas. ¡Es el cielo!—pensaba. Asimismo, destacan el Colegio de San Antonio, con su pequeña ermita, el caserón de la Orden del Cachorro Canario y la emblemática fuente, que preside la plaza.

Recuerdos, recuerdos y más recuerdos de mi niñez, relacionados con el barrio, se agolpan en mi mente. Los chiquillos hacíamos muchas cosas, desde mataperrerías hasta fabricarnos nuestros propios juguetes. Consecuencia de la época, estábamos sobrados de imaginación.

Así, fabricábamos patinetas, camionetas, jiñeras y tiraderas para cazar pájaros, pelotas de trapo, cometas, manillares de motos de la policía, anzuelos para cazar lagartos y para ir de pesca, y más cachivaches para nuestros juegos cotidianos. Jugábamos a calimbre, a la pelota—ojeando las esquinas no sea que apareciera el guardia Chanito, conocido como el Porra Cambá, al que le teníamos verdadero pánico—.También jugábamos a la tángara, a piola, a monto la uva monto el garbanzo, al trompo, etc. Recuerdo quitarle la púa a los trompos, meter una mosca en el agujero y volver a poner la púa, porque los de más edad nos decían que así sonaba mejor el zumbido que hacía mientras bailaba. Tirados en la calle, con la oreja pegada al trompo, nos parecía que, efectivamente, sonaba mejor.

No debemos olvidar que en aquella época el barrio de Vegueta lo componían un conjunto de microbarrios, razón por la que se hacían guirreas entre esos microbarrios. Los proyectiles eran bolitas de barro, pues algunas de las calles tenían piso de tierra. Las bolitas las redondeábamos y compactábamos con las manos, como si fueran pellas de gofio. Siempre había algún zarandajillo de los contrarios que enmascaraba una piedra cubriéndola con barro. Más de una “coneja” en la cabeza alcancé, de lo que me enteraba después de que uno de los bandos levantara el pañuelo blanco y los compañeros me vieran el hilo de sangre. Y cuando llegaba a mi casa, el tortazo de mi madre nunca faltaba, por el disgusto que le daba.

Como ven, las horas de asueto en la calle las aprovechábamos intensamente, porque en casa había que estudiar y portarse bien.

Ahora, si ustedes me lo permiten, y continuando en el recuerdo, quisiera comentar algo sobre costumbrismo y personajes populares de esos tiempos.

Por aquel entonces, diariamente bajaba por el Callejón de Los Majoreros un ganado de cabras, con sus campanillas colgándoles al pescuezo para que todo el mundo oyera su llegada. En cabecera iba el cabrero con la medida de leche en la mano para despacharle a la gente. A la cola iba un perro, que era más listo que los ratones “coloraos”, pues mantenía a las cabras en su sitio, no sea que alguna se espantara.

Grupos de mujeres, que no tenían cabras en la azotea, hacían cola con escudillas, lebrillos “melaos” o calderos para comprar la leche, y el beletén, si había una cabra recién parida.

También por aquellas calles pasaba el afilador, que tocaba una especie de flauta con sonido muy particular. Y así, las mujeres salían de las casas, con tijeras y cuchillos amellados, para que aquel caballero se los afilara.

Igualmente, pasaban mujeres que venían del barrio de San Cristóbal a vender pescado. Llevaban un rolo de tela negra en la cabeza y encima la cereta con el pescado, que tapaban con un trozo de saco guano mojado para que no se le arrimaran las moscas, según decía la gente.

Un personaje de esa época fue el conocido como Pepe el Bobo y, más extendido aún, como Pepe Cañadulce, que era una persona con discapacidad intelectual, con algo más de veinte años. Recuerdo verle casi siempre con un tambor colgado al totizo y los palillos en las manos dándole siempre machangazos a aquel tambor, mientras anunciaba las películas del Torrecine, o las funciones del Circo Toti o del Circo Segura, cuando éstos se instalaban en el barrio. Apenas terminaba la cantinela de los anuncios, se oía la voz de algún mataperros, que decía:

— ¡Cañadulce!

Entonces, Pepe se paraba y se quedaba mirando para todos los lados buscando al autor del grito, pero no alcanzaba a ver a nadie. Inmediatamente decía:

— ¡Soma el jocico, mamón! ¡Me cago hasta en tu abuela!

D. Juan Torres, propietario del Torrecine, se preocupaba mucho de Pepe, así que si éste se pasaba alguna vez de listillo, D. Juan le llamaba la atención y lo ponía derecho como una vela. La reacción de Pepe era anunciar las funciones del cine diciendo:

— ¡No vayan al Torrecine, que hay pulgas!

Quisiera aprovechar este pequeño anecdotario de Pepe para decirles que llevo muchos años trabajando en beneficio de personas con discapacidad intelectual, lo que me permite decir que conocerlas es, y digo bien, amarlas. Intenten conocerlas.

Margarita la Corcová era una mujer que podría tener entre 50 y 60 años. Chiquitita, flaquita, arrugadita, con una mirada triste como los perros viejos, subía todas las tardes, al oscurecer, por el Callejón de Los Majoreros.

Por aquel entonces, los zaguanes de las casas tenían siempre abiertas, al menos, una de las dos puertas que daban a la calle, y con la luz apagada.

Margarita caminaba siempre bastón en mano y arrastrando las piernas, razón por la que hacía sus paradas a intervalos para descansar. Los chiquillos del barrio que, como niños, éramos unos mataperros, solíamos, al oscurecer, reunirnos dentro de un zaguán y esperar a ver si Margarita, por casualidad, entraba allí a tomarse su descansito. Como estaba oscuro, no nos veía al entrar, y entonces, todos a la vez, gritábamos:

— ¡Uuuuhhhh!

Y la pobre viejita daba un grito de terror, se quedaba clavada en el suelo, sin dar un paso, y hasta se meaba, a punto de darle un fatuto y quedarse tiesa. Después, nos desalábamos en pedirle perdón, hasta que ella se calmaba, momento en que abría la boca para cagarse en nuestras madres y nuestras abuelas, dando bastonazos a diestro y siniestro. Alguno alcancé.

A principios de los años cuarenta llegó al barrio un grupo de clérigos peninsulares que se llamaban los Misioneros. Su presencia duró algunos días, en los que la gente no hablaba sino de Las Misiones.

Empezaban alrededor de las cinco de la madrugada y era sorprendente verles dándole golpetazos a las puertas de los zaguanes y gritando:

— ¡Levantaos, gandules, pecadores!

La gente iba saliendo de las casas y se iba formando una comitiva, cada vez más larga, en la oscuridad de la noche, con rezos y canciones religiosas. Recuerdo que los misioneros no se ponían todos juntos encabezando la comitiva, sino que se distribuían parte en la cabecera y parte en la cola, para comprobar que todo el mundo rezaba y nadie se escabullía.

Las mujeres iban tocadas con mantillas canarias o con velos negros sujetos a la cabeza con trabas del pelo. Las viejitas, además, se cubrían la espalda con pañoletas de punto negras.

Con ese trajín, y después de la experiencia de la primera noche, unos cuantos chiquillos del barrio decidimos hacer mataperrerías para pasar mejor la madrugada. A nuestras madres les sisamos imperdibles, alfileres o trabas de la ropa y, ya metidos en medio del gentío, nos desperdigamos y empezamos a amarrar las pañoletas de las viejitas, por parejas. Al rato, unas que tiraban de su pañoleta para abrigarse mejor, otras que se apartaban de la vecina, otras que se paraban para suspirar, lo cierto es que las pañoletas empezaron a saltar por el aire de un lado a otro. Aquellas mujeres comienzan a dar gritos de la cabeza a la cola de aquel reguero de gente, los curas desencajados por aquel revuelo inesperado y, en medio de la oscuridad, nadie sabía qué estaba pasando. Y nosotros, tiesos como velas, aguantando la risa. Un rato más tarde, todo el mundo se enteró de lo que había ocurrido y la risotada de la gente, incluído los misioneros, fue tremenda. Nadie supo nunca quiénes fueron aquellos mataperros.

Amén de otras celebraciones en las que la Parroquia de Santo Domingo participa muy activamente, no quiero omitir la fecha del 3 de Febrero. Recuerdo comprar ese día el “hilo de San Blas”, aquí al lado, en la ermita del Colegio de San Antonio, que se sujetaba al cuello hasta el miércoles de ceniza, momento en que lo cortábamos y quemábamos hasta convertirlo en cenizas.

Hoy, con este pregón, se inician las Fiestas de la Virgen del Rosario. Como siempre, se espera la presencia de un buen número de romeros con sus carrozas, habrá verbena, charlas, música folclórica, conciertos, etc. Culminando ese camino, gozaremos de la procesión de Nuestra Señora, el 7 de Octubre, con el recogimiento de siempre. Las gentes del barrio, una vez más, recibiremos, con la tradicional hospitalidad, a todos los visitantes deseosos de disfrutar de estas fiestas. Y si alguno se pasa de rosca, que no lo creo, coscorrón y tente tieso.

Para terminar… Sí, ya termino. Quiero felicitar a la Asociación de Vecinos Vegueta-Santo Domingo, así como a esta parroquia y personas, asociaciones e instituciones que colaboran con ella, por haber reinstaurado estas fiestas tan nuestras, tan emotivas y de tanta tradición, y que, año tras año, vienen ganando en realce y popularidad dentro de la ciudad, merced a su constante y eficaz trabajo.

¡Brindo, aunque sin copa en la mano, por La Virgen del Rosario, por el barrio de Vegueta, y por las Saros, las Charos y las Charinas!

¡Felices fiestas!

Muchas gracias. Buenas noches.

Oscar Gutiérrez Ojeda, 27 Septiembre 2007

viernes, 1 de junio de 2007

El Colegio Padre Manjón

Hace algo más de un mes recibí una llamada del antiguo y buen amigo José Antonio Barber, anunciándome que el jueves, 24 de Mayo último, se llevaría a cabo una gira (hoy excursión) al centro de la isla, emplazamiento que también estaba haciendo a otras personas que, como yo, fueron alumnos del Colegio Padre Manjón, situado, como muchas generaciones saben, en la calle Travieso de esta ciudad.
Sentí una inmensa alegría al conocer tal iniciativa, lo que, simultáneamente, agolpó en mi mente una serie interminable de fotografías preñadas de hermosos recuerdos, que ubico en un verano de finales de los años cuarenta del pasado siglo. ¡Cómo corre el tiempo, carajo!. Valga la expresión.
Al margen de aplicarnos más o menos en los estudios, como alumnos que éramos, muchas mataperrerías le hicimos al querido y siempre bien recordado D. José Medina, propietario del inmueble─como siempre nos decía─y director del colegio.
Era un hombre inteligente, hasta el punto de aparentar no enterarse de tales mataperrerías. Para contrarrestarlas, su discurso iba siempre  en la línea de imbuir en nuestras cabezas locas la bondad y conveniencia de insistir mucho en el estudio de las diversas materias que allí se impartían, utilizando para ello continuamente el verbo “machacar”.
El día fijado para la excursión (antes gira), nos concentramos junto al Club Natación Metropole, donde una guagua esperaba. La organización pasó lista nombrando a los avisados y, al final, éramos cifra cercana a cuarenta personas, que constituían alrededor de dos tercios de la lista, éxito según la organización.Las damas, que dieron luz a aquella mañana, superaban el 23% de los reunidos. No sé porque me meto en camisas de once varas al trazar tanto cálculo porcentual. Lo que sí estoy obligado a decir, sin embargo, es que allí había personas de varias generaciones.
La guagua inicia su camino, toma la carretera del centro de la isla, el gallinero de a bordo muy entusiasmado y hablador, hasta que se produce la primera parada, a media mañana, en el pueblo de San Mateo.Las cámaras fotográficas hacen su trabajo para la posteridad, se estiran las piernas─ágiles, por cierto─, se toma el agua agria y el buchito de café y, finalmente, a bordo de nuevo.
La guagua inicia su segunda etapa que, alrededor del mediodía, pide práctico y atraca en un lugar donde se encuentra el Bar Perera, famoso, según los entendidos, por sus quesos y carne de cochino. El personal toma por asalto la totalidad de la barra, previo paso apresurado por los correspondientes excusaos,  corre el líquido y sus enyesques de banda a banda por toda la barra, y Perera apunta que te apunta.
Se inicia de nuevo el camino, esta vez en dirección a Valleseco, lugar elegido por la organización para el almuerzo, después de atravesar el barrio de Lanzarote. Como curiosidad histórica, quisiera decir que la población de tal barrio quedó reducida a mujeres, niños y ancianos en los años cincuenta. Los hombres emigraron en su totalidad a Venezuela.
Finalmente, nos aposentamos en la mesa en el Restaurante Valleseco. Las viandas estuvieron acertadas y de calidad, siendo bien rociadas al gusto y capricho de cada uno, donde, a su vez, se habló de todo por parte de todos.
Llegando la hora del café, José Antonio dirigió unas palabras a los comensales, proponiendo dar carácter de institución a la Congregación del Padre Manjón, con una comida anual, al menos, propuesta que fue aclamada por los asistentes. Luego dio la palabra a Domingo Navarro y al que suscribe, cerrando las intervenciones Elisa Medina, hija del recordado D. José Medina. Todos dedicamos unas merecidas palabras de agradecimiento póstumo al homenajeado, desgranadas con gran emoción, así como salpicadas con algunas anécdotas, que fueron prolongadamente aplaudidas. Para cerrar ese acto, se entregó un regalo-recuerdo a cada uno de los asistentes.
Ya de regreso a Las Palmas, se hizo la inevitable paradita en Teror, donde unos fueron a visitar a Dª Pino, otros a comprar choricitos de Los Nueces, otros a repetir el café y otros a mojarse la garganta, sobrentendiéndose qué líquido las mojaban. Para terminar, y como es natural, en el trayecto de Teror a Las Palmas las lengüitas se tomaron su descanso, que bien merecido lo tenían.
                                         Oscar Gutiérrez Ojeda, Junio 2007