miércoles, 17 de diciembre de 2008

RECUERDOS NAVIDADES CANARIAS PRIMERA MITAD SIGLO XX

Mi nieto Javier me pidió escribiera algo en relación a cómo eran las Navidades en mis tiempos de adolescente, a solicitud de una profesora de su colegio. Ahí va:

Desde principios de Diciembre, los bichillos de todas las familias esperan las Pascuas como agüita de Mayo. Es la época en que no faltan las golosinas en las casas, aunque no sean sobranceras.

El bienmesabe, los polvorones, el cachito de turrón, los dulcitos de la casa, las truchas de batata, que con tanto amor fabrican las madres, y, quien puede, los pasteles de carne que hace la dulcería La Granadina, que estaba allí en la calle Cano, esquina con Villavicencio, hacen posible que los chiquillos no paren de mover las herramientas de la mañana a la noche, por mucho que las madres les digan que no picoteen tanto porque se les pican las muelas.

El poco azúcar mensual que le corresponde a cada familia con la cartilla de racionamiento se guarda pa fabricar los dulcitos, así que ese mes el café o la leche se toman amarguitos o se endulzan con rapaduras de azúcar de La Palma machacadas, si es que se consiguen, o comprando azúcar de estraperlo, que lo hacen pocas familias, porque no hay perras.

Las familias suelen tener en las azoteas de las casas su gallinero con algunas gallinitas y el correspondiente gallo. Cuando una gallina se pone clueca se la separa del resto y va a parar a un gallinerillo chico, donde se le prepara el nido y se le pone una docena de huevos a incubar. Luego, a los pollitos machos se les va dando el mochazo a medida que crecen, pero siempre se engorda a uno, que va al caldero en Pascuas. Las pollitas crecen, y a poner huevos, o se venden a alguna vecina. Lo cierto es que los huevos pa fabricar los dulcitos no faltan, ni falta el tradicional pollo en la mesa

Estos animalitos son alimentados habitualmente con jinojos o colinos, que se hierven en el caldero, y se escaldan con afrecho, y que no falte la ración de millo. Así, los pollos saben a pollo y los huevos saben a huevo.

En Pascuas las madres bajan el pollo al patio, lo trincan por el cogote y con la misma le meten un viaje de vueltas, como un molinillo, hasta que lo esnuncan. Entonces lo tiran al suelo, donde el animalito sacude alas y patas durante un ratito, porque tiene la sangre aún caliente, hasta que se queda tieso. Luego, pollo al caldero con agua hirviendo, que facilita el desplume. Después, se despluma, se abre, tripas a la basura y se sacan el corazón, los riñones, los huevillos y el hígado.

El cuerpo del animal se despieza: Perniles, cogote, alas, pechuga, etc. Todo eso, más un hueso de vaca, con su carne de hilachas, agua, sal, garbanzas de Guatiza (Lanzarote), que son las mejores, alguna verdurita y las correspondientes prevenciones, va todo junto al caldero p’hacer el caldo de la sopa.

Pa no cansar contando el trapisondeo de la cocina, en la mesa se pone la sopita con sus fideos y su matita de hierba huerto, los perniles—que siempre son p’al padre de familia— y otros cachos del pollo, terminando con la correspondiente ropa vieja, que si alguien no sabe hacerla que me lo pregunte.

El padre y los galletones mojan todo esto con un par de roncitos de Cuba, seguidos de vino tinto de El Monte. La madre, las galletonas y los niños, con gaseosa o agua agria.

Terminada la cena, todo el personal va a la misa del gallo en la parroquia del barrio, que empieza a las 12 en punto de la noche y, al terminar, los padres, las muchachas y los niños, pa casa. Los muchachos, a reunirse con los amigos, guitarras y timple a cuestas, y a llevar serenatas a las muchachitas de los enamorados. Eso se veía por toda la ciudad. Dicho sea de paso, algún padre abría la ventana pa invitar a los trovadores a unos macanazos de ron. Terminadas las serenatas, todo el personal a dormir con el buchito lleno.

Al siguiente día, Navidad, el almuerzo se hacía con las sobras de la noche anterior, que pa eso era comida de cristianos. Los que le habían atacado al ron en la Nochebuena se mandaban su tacita de caldo calentito, según se bajaban de la cama, que es mano de santo, pa poder agarrar tino.

En Noche Vieja y Año Nuevo la fiesta era similar, con la diferencia de que todas las campanas de la ciudad se oían con la llegada del nuevo año, los pocos coches que había formaban la gran escandalera dando bocinazos, el cielo se llenaba de voladores y había bastante más gente en las calles con las guitarras, los timples y las botellas, cantando felices, sin líos, ni peleas, ni llenando las calles de basura. Ya cerquita del alba, a la churrería de la Plaza del Mercado a calentar las barriguitas con el chocolate o café con leche y los correspondientes churritos. Después, a dormir.

No quiero dejarme en el buche otro detalle curioso: No existían ni Papá Noel ni las doce uvas, ni el árbol de Navidad. Lo que sí se hacía en las casas era el nacimiento. Las figuras navideñas se hacían con barro, que luego se pintaban. Las del alpendre y los Reyes Magos se compraban en la librería Alzola, allí en la calle de la Peregrina, que se guardaban como oro en paño pa los años siguientes.

Para representar el territorio de los alrededores del alpendre se ponían piedras en el suelo, buscando un juego de niveles, luego se ponían encima varias capas de papeles de periódicos viejos, bien ajustados a las piedras, que se cubrían con una ligera mano de almidón. Al secarse, el papel se separaba de las piedras y se pintaba de color canelo. Para simular la flora se ponía alpiste en un plato con agua, que al germinar y crecer parecía un bosquito, que se incrustaba en la tierra simulada, de forma que no se viera el plato. ¡Aquello era una maravilla!