sábado, 22 de diciembre de 2007

De mi libro «La Jarca» (segmento del capítulo “Hablando inglés”)



─Y a usté, Lucas, ¿cómo le fue lo del idioma? Es que, como usté sabe, yo trabajo en los barcos y champurreo un poquillo el inglés─dijo Pepito el Portuario.

─Primero y principal, D. Manuel Lorenzo Reina, el de la academia, me enseñó a pronunciar correctamente lo que pude aprender en tan poco tiempo. Pero aquellos ingleses no me entendían ni papa. Por ejemplo, íbamos a ir en el metro a un sitio que se escribe Tottenham Court Road y se pronuncia “Totenjam Coart Roud”, resulta que el jodío que despachaba los tiques no me entendía y se lo tenía que escribir. Lo mismo ocurría si queríamos ir, por ejemplo, a Oxford Circus, que se pronuncia “Oxfor Cercas”. Y menos mal que un día me encontré en el metro a un muchacho de Telde que yo conozco, que se llama Antonio Enrique, y que está allí en Londres trabajando pa los Boní. Le conté los problemas que yo tenía con la pronunciación y me dijo que los ingleses hablan cada vez peor y no les da la gana de oír hablar correctamente. No te escuchan y se quedan tan frescos. ¿Y saben ustedes lo que me dijo? Que cuando fuera a comprar los tiques en las estaciones de metro pa ir a los sitios que antes les conté, en vez de decir “Totenjam Coart Roud” dijera “tómatela con ron”, y en vez de decir “Oxfor Cercas”, le soltara “gofio seco”. ¡Chacho, chacho, chacho, no fallaba nunca!

De mi libro «La Jarca» (segmento del capítulo "El velorio")



En el centro de la habitación estaban el cajón, los candeleros y Gregorito. Cubriendo las cuatro paredes había un viaje de mujeres sentadas en sillas de la casa y de las casas de los vecinos, rosario en mano, reza que te reza, suspiros por aquí, jipíos por allí, y Sulpicio, la viuda, metida en un baño de lágrimas y casi bebiéndose los mocos, que no paraba. Así que Lucas se va derechito a ella, que estaba sentada en una silla al pié de la cabecera del cajón.

De mi libro «La Jarca» (capítulo 10)

Canturriando



Iba Chanito Bocaplato un sábado por la tarde, casi oscureciendo, con una chispa encima que ni pa Dios, dando bandazos de un lado a otro de la calle, allí por el Callejón de Los Majoreros p’abajo, cuando va y se topa de frente con Lucas, que venía del trabajo, quien, al verlo así, va y le dice:

— ¿Está pidiendo práctico, Chanito? Porque a este paso no atraca en su casa ni a la de tres.

Y Chanito, agarrando tino y con una mirada tristona de perro viejo que daba hasta pena, le suelta:

—Mire, Lucas, déjese de coñas que yo no soy ni el Viera y Clavijo ni el Qüin Mery. Si me alcanza a mi casa se lo agradezco.

—Aquí tiene un amigo, ¿oyó? Pero pa mí que cuando llegue a su casa va a alcanzar pa tabaco. ¡Como si yo no conociera a su mujer!

Lucas agarra y calza por el hombre, que se le quedó colgado al totizo y, con la misma, en medio de la chispa, Chanito que levanta el gallo y pega a cantar habaneras, al tiempo que caminaban.

Al ratito atina a pasar por allí D. José el Pinisular, y cuando ve aquel espectáculo va y suelta por aquella boca, queriendo armar la coña:

—Lucas, ¿Chanito va en do bemol?

—No, coño, va en mí sostenido, ¿no lo ve?

viernes, 21 de diciembre de 2007

REQUIEM

Lo que ahora quiero decir a todos mis amigos y a mis queridísimas amigas hubiese deseado hacerlo en verso, pero mi numen está algo bloqueado, y prueba de ello es que, a sabiendas de que me sería difícil improvisar con el verbo, lo he hecho escribiendo, aunque en prosa.


Mis palabras son consecuencia de un triste recuerdo. Las desgrano in memoriam de quien nos ha dejado no ha mucho tiempo y, por tanto, no está físicamente entre nosotros en esta bella noche. Pero su silla sí está. Hela ahí. Y si está su silla, es la prueba clara de que su espíritu también nos acompaña, como él hubiese deseado, en esta noche navideña.

No puedo olvidar, y ustedes tampoco, que cuando él llegaba al campo de vuelo nos sentíamos muy felices con su presencia. Era poco hablador, pero sus expresiones las captábamos siempre a través de su mirada limpia y sincera, que irradiaba felicidad, de la que, en verdad, nos contagiaba.

No practicaba el vuelo, pero no estaba quieto ni un instante. Disfrutaba mucho acercándose a los aviones. Casi todos nosotros hemos padecido de un corte en nuestras carnes, a consecuencia de las hélices, y hasta él también sufrió, al menos que yo recuerde, una buena herida, consecuencia de lo mismo.

Como sabemos, era alguien que habitualmente no fumaba ni tomaba alcohol. Siempre agua. Lo que sí le encantaba era comer, participando de nuestros asaderos con buen apetito.

Pero en todas partes guisan o cuecen habas. Con ello quiero decir que en todas partes hay gente que disfruta algunas veces haciendo mataperrerías. Pues bien, un tiempo antes de su óbito, Germán, Norberto y yo decidimos que nuestro amigo tomara alcohol y observar su comportamiento después de la bebida. Fue con motivo de un asadero que hicimos en el campo de vuelo, donde había sardinas, chuletas, chorizos, etc. Elegimos para él unas sardinas con bastante sal. Lo mismo hicimos con la carne. Pero ambas cosas las mojamos, como Dios manda, en ron. Su paladar no captó bien el alcohol, debido a la tanta sal. A los pocos minutos le tambaleaban las piernas al moverse. Finalmente, terminó tumbado por la media borrachera que alcanzó, sin enterarse de que había tomado alcohol.

Esta mataperrería se la contamos sólo a muy pocos amigos de los que allí estaban. Entre otros, a Domingo Navarro, quien, al retirarse para su casa, miró al tumbado y le dijo

— ¡Échate la arrancadilla!

Después de contar esta anécdota, que permaneció siempre en el silencio, quiero pedir disculpas a la familia, en mi nombre y en el de Germán y Norberto.

Hoy nos llegan, como ya dije antes, rasgos de tristeza por la pérdida de nuestro amigo. Pero también una gran alegría porque estamos seguros de que él se hallará sentado a la derecha del Señor, allá en las alturas, sobre todo porque, además de ser un honesto poblador de este planeta, murió virgen.

Levantemos la copa y cantemos todos un hermoso y cálido réquiem in memoriam de nuestro querido, fraterno y entrañable amigo, que dice así:

¡Tao, Tao, Tao!

¡Tao, Taito, Tao, eh!

¡Eh, eh, eh!

¡Tao, Taito, Tao, eh!



Oscar Gutiérrez Ojeda, 15 DIC 07



NOTA POST SCRIPT.- Para quien no lo sepa, este discursito lo leyó el autor durante la cena navideña del Club de Aeromodelismo R/C Gran Canaria. Y para quien tampoco lo sepa, Tao era el perro del avionero Manolo Bermejo. Según oíamos a su dueño, el pobre Tao no tuvo nunca ocasión de subirse encima de una perrita. Al terminar la lectura, Pinito, la mujer de Manolo, lloró como una tora, recordando a su Taito. Otra cosa: Mientras se leía este “epitafio”, las mujeres de los avioneros les preguntaban a éstos que quién se había muerto. Los avioneros no sabían qué contestar. Luego, cuando se oyó el canto del réquiem, el personal estuvo riéndose sin parar lo mucho y lo bueno.